Caballitos de totora: el ocaso silencioso

Caballitos de totora: el ocaso silencioso

Desde las remotas civilizaciones prehispánicas, los caballitos de totora han surcado las aguas del litoral norte del Perú, símbolos vivos de la ingeniosa relación entre el hombre y el mar. Don Genaro Huamanchumo Bernal, testigo y protagonista de esta tradición que ha sobrevivido al paso de los siglos, nos recuerda que cada caballito, no es solo una embarcación, sino una extensión de la historia, la fe y el sustento de pueblos enteros.

En Huanchaco, Pimentel y Santa Rosa, la pesca artesanal de estos centauros marinos se mantiene, pese al avance inexorable del tiempo. La faena desde la madrugada y el regreso jubiloso cargado de pescados componen un ritual cotidiano que hunde sus raíces en el alma misma de nuestra identidad, y son testimonio de la perspicacia incluso preincaica, adaptada a las necesidades del entorno oceánico.

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La captura de especies como cachema, lorna, cabrilla, cangrejo, chiri y rayas no solo alimentaba cuerpos, sino también forjaba comunidades resilientes y orgullosas. Sin embargo, la fragilidad de este legado se hace cada vez más evidente.

Las nuevas generaciones de pescadores enfrentan mares contaminados, menor abundancia de especies y el alto costo de adaptar sus labores a otras condiciones adversas. La pureza de la tradición, que siempre fue sostenible y respetuosa con el medio ambiente, se ve amenazada. Particularmente grave es la situación en Huanchaco, donde los totorales —fuente vital para la construcción de los caballitos— se deterioran bajo el influjo de la contaminación.

El vertimiento constante de aguas servidas sin tratamiento adecuado intoxica los humedales e impide la regeneración de la totora, envenenando la base misma de una fabricación milenaria.

Pese a las advertencias de los pescadores y las denuncias recogidas en distintos medios, la respuesta estatal ha sido escasa y tardía. OEFA, ANA y el gobierno regional miran de costado ante la catástrofe. La falta de infraestructura adecuada y la indiferencia social agravan un panorama que requiere acciones urgentes.

Los gremios de pescadores, conscientes de la gravedad, exigen la implementación efectiva de dispositivos legales que promuevan la creación de balsares para el cultivo de totora y la aplicación de la Ley 31749, que reconoce la pesca tradicional ancestral, con la finalidad de que se instauren políticas públicas orientadas a brindar mejores condiciones de vida a los pescadores, manteniendo su vínculo cultural con el mar.

Piden, además, seguros de salud y acceso a créditos sociales para enfrentar los periodos de inactividad. Son reclamos justos para proteger un arte patrimonial que no debería desaparecer.

Pero el drama de Huanchaco es apenas el fragmento de una tragedia mayor. Como lo he expuesto en publicaciones previas en esta columna, los 3,000 kilómetros de litoral peruano padecen el mismo flagelo: el vertimiento masivo de aguas residuales. Estas contaminan playas, matan ecosistemas marinos y degradan las condiciones de vida de las poblaciones costeras.

Tal crisis ecológica, largamente ignorada por sucesivas autoridades ambientales, compromete no solo el presente, sino también el futuro de nuestras tradiciones y recursos naturales.

Preservar los caballitos de totora no es una tarea menor: es defender una de las manifestaciones más antiguas y nobles de nuestra identidad, un patrimonio cultural de la nación que respeta y celebra al mar. No hacerlo significaría perder no solo un símbolo, sino parte esencial de nuestra memoria colectiva.

Es imperativo actuar ahora, antes de que nuestro valioso legado se diluya entre las olas de la desidia.

Qué grande sería ver a funcionarios públicos, organizaciones internacionales y al sector pesquero unidos para proteger este acervo, que languidece ante la angustia de sus herederos y la apática negligencia de quienes tienen la obligación de ampararlo.

Por Alfonso Miranda

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