Desde hace más de 10 mil años, los seres humanos intercambian bienes de acuerdo a sus capacidades e intereses. Inicialmente ocurría entre habitantes de una misma zona, luego entre comarcas colindantes y así se fue irradiando el mercado a civilizaciones vecinas. Los fenicios (1,200 a. C.), revolucionaron el comercio y la navegación y le dieron dimensión internacional. Fueron los primeros en intentar la construcción del canal de Suez.
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El intercambio mundial de mercancías supera al año los 19 mil billones de dólares americanos, de los cuales el 70% corresponde a productos manufacturados. Las importaciones mundiales de pescado y productos de la pesca ascienden aproximadamente a 146.000 millones de dólares. Desde hace décadas, Asia sigue siendo el mayor exportador, y en el ranking de los primeros 10 países se ubican China, Tailandia y Vietnam.
El comercio facilita el desarrollo de los países y contribuye a la generación de empleo; eso lo hemos comprobado los peruanos luego de los múltiples TLC y diferentes acuerdos firmados con las principales potencias del mundo. Una economía abierta, tiene un sector productivo con más competitividad para enfrentar los desafíos de la globalización, y puede defenderse ante amenazas provenientes de prácticas desleales como el dumping, que consiste en vender un producto por debajo de su precio habitual o de su costo de producción, con el fin inmediato de eliminar a las empresas competidoras y apoderarse de la demanda.
Se ha de imponer medidas compensatorias, aprobadas por la Organización Mundial del Comercio (OMC), después de investigar y determinar que un producto importado es “objeto de dumping”, y que está ocasionando un daño considerable a una rama nacional que produce algo similar. No sería justo que se le abandone y se le deje a merced de quienes invaden su propio mercado con prácticas vedadas. Los Estados modernos y eficientes, intervienen con las herramientas que la economía moderna proporciona.
En el Perú, hace más de una década, conservas producidas en Tailandia y otros países asiáticos han inundado nuestro mercado. En el extremo de dicho fenómeno, el Estado compra para los Programas Sociales productos enlatados en estos países, algunas veces con gusanos y parásitos, en detrimento de la conservería nacional y del empleo que genera. Solo en 2020, Perú ha importado más de 3.4 millones de cajas de conservas por un valor aproximado de 120 millones de dólares, que generan 50 mil puestos de trabajo en las fábricas del Asia, en lugar de reactivar las deprimidas industrias del rubro en puertos como Chimbote, Ilo, Pisco, Callao y Paita.
En marzo de 2018, un informe de la Secretaría Técnica de la Comisión especializada de INDECOPI concluía que “…Se han encontrado indicios razonables de la existencia de prácticas de dumping en los envíos al Perú de las conservas de atún originarias de Tailandia…”. El citado documento reconocía un margen de dumping de 12.78%, sin embargo, de manera incongruente señala que no se puede demostrar que la industria nacional haya sufrido un daño importante a causa de las importaciones de tales productos.
El Perú termina siendo el único país pesquero del mundo que gasta dineros fiscales en adquirir productos hidrobiológicos que le hacen daño a sus trabajadores e industrias. No hay que prohibir las importaciones, no hace falta proteccionismo; hay que impedir que nuestros productos sean relegados y sufran los embates de una desigual contienda en nuestro propio territorio. Esperamos una pronta respuesta del gobierno.